viernes, 15 de abril de 2011

Capitulo 2 parte B

La cocina era uno de los lugares preferidos de Lisa. Era una amplia sala de armarios de colores y bordeada por una encimera en forma de “U” que recorría todo el perímetro de la sala. En el centro, había una enorme mesa de madera cubierta por un pintoresco mantel de flores rojas y verdes.  Entre la puerta y el comienzo de la gran encimera, había un enorme frigorífico de dos puertas en el que se almacenaban kilos y kilos de comida. Lisa se dirigió a él a toda prisa y con un pequeño titubeo sacó todos los ingredientes básicos para preparar cualquier comida.
-Queso, pollo, tomate...-enumeró con los dedos mientras colocaba todos los ingredientes sobre la encimera.
-Lisa, ¿qué vamos a comer hoy?- preguntó la voz de su padre desde afuera.
-No sé...-dudó. Y en voz de grito preguntó- ¿qué te apetece comer?
-Algo mejicano- eligió su padre decidido.
Lisa dejó escapar una sonrisa. Si no fuese por ella, su padre viviría toda su vida a base de comida mejicana, pizza y hamburguesas. Era ella la que había introducido la comida sana en aquella casa. Pero por ese día, iba a darle el gusto a su padre de cumplir su deseo.
Encendió el horno y justo en el momento en el que iba a empezar a freir el pollo para hacer quesadillas, la voz de su padre resonó otra vez desde afuera.
-Oye Liss...-empezó mientras se acercaba a la puerta de la cocina limpiándose las manos con un viejo trapo – Supongo en que estarás de acuerdo en que hemos de renovar la parte baja del establo...
-Si- respondió ella mientras cogía un enorme cuchillo para cortar en rodajas muy finas el pollo ya frito.
-Entre las cosas que hay que renovar, están las sillas de los caballos...-continuó el padre
-Claro- volvió a afirmar con la cabeza muy concentrada en su tarea- pero para ello tendrás que encargarlas en el pueblo, para que las traigan ¿no?-preguntó razonando
-Si -respondió John-ya lo he hecho. Las sillas llegarán en un momento.
-Qué bien...-exclamó Lisa con una sonrisa- me alegraré de volver a ver al viejo Andrew. Hace tiempo que no viene por aquí.
El viejo Andrew era uno de los mejores artesanos del cuero que vivían en el pueblo. Era capaz de construir sillas de montar, pero también te podía arreglar unas botas de montar a caballo. Como era un hombre ya mayor, era conocido por todo el condado por sus inmejorables cualidades manuales  y aparte era muy querido por sus amables actos de benevolencia al pagarle (si veía que estabas en un aprieto económico, te rebajaba el precio hasta tus posibilidades). Era un hombre alto y fornido a causa de cargar sacos y tenía el pelo negro y corto, casi rapado. Bajo dos pobladas cejas casi unidas, observaban minuciosamente su trabajo unos ojillos negros y pequeños como dos esquirlas de carbón.                                                            
-Claro Lisa...-comenzó él como si tuviese que decirle algo dificil a su hija- El problema es que Andrew ya no se encuentra lo bastante en forma como para traer dos enormes sillas de montar.
-¿entonces qué va a hacer?-preguntó ella cortando ahora el tomate y la lechuga.
-Las traerá Charles, su hijo. Parecía muy interesado en venir... ¡Lisa!
Un enorme chorreón de sangre se derramó por toda la encimera. Al escuchar el nombre del chico, Lisa había olvidado que estaba cortando y su dedo índice de la mano izquierda se había colado bajo la afilada hoja del cuchillo.
-¡¿Has dicho Charles?! - preguntó Lisa furiosa, ignorando el corte de su dedo     -¿cómo lo has podido permitido?
Charles era el hijo de Andrew. Era un chico alto, fuerte y campeón de baloncesto de su promoción. Cuando aún iban al instituto, Charles pasó dos cursos enteros enamorado totalmente de ella. Al terminar el instituto cada uno había tomado su camino y él había partido hacia Los Ángeles para seguir estudiando. Ella creía que pasado todo aquel tiempo, el joven se habría olvidado de ella y no se vería obligada a darle calabazas una y otra vez como en el pasado. Pero al parecer, había vuelto y se había unido momentáneamente al negocio familiar. En ese momento, la idea de marcharse a Miami le comenzó a parecer tremendamente atractiva. Solo quedaban dos días para dejar definitivamente de ver a Charles. En ese momento, como si el timbre de la entrada se hubiese sincronizado con sus pensamientos, un sonido indicó la llegada de las sillas de montar...y de su portador.
-Papá, ve tú -empezó ella. En ese momento reparó en el corte de su dedo y decidió ir a lavarse lentamente, para demorar aquel encuentro lo máximo posible. Las quesadillas habían pasado a segundo plano.
Con un suspiro metió el dedo debajo del grifo del agua hasta que aquel manantial rojizo terminase y luego con cuidado envolvió el corte, que ahora era simplemente una pequeña línea rosada en su mano, en una servilleta blanca con estampados azules.  Recogió el cuchillo manchado y lo tiró al fregadero con cuidado para no volver a cortarse. Apartó el tomate, el pollo y la lechuga para que no se manchasen y con infinita paciencia los metió uno a uno en la torta de maíz ya cocinada que había comprado en el pueblo.

viernes, 1 de abril de 2011

Andén 31 capitulo 2 parte a

CAPITULO 2
Todo seguía igual aquella mañana por las praderas de Green Hill. Lisa caminaba por los embarrados caminos hacia el establo en el que se encontraba su padre trabajando, tal y como ella había supuesto.
El establo era una enorme construcción de madera adosada a la parte derecha de la casa. Tenía tres plantas, a las que se accedían por medio de unas pequeñas escalerillas de madera clara. Cada planta tenía una función. Su padre se había encargado de organizarlo todo de manera en que cada cosa tuviese un lugar propio, sin que molestase a las herramientas animales…
Abajo, se encontraban las cuadras de los caballos, con todos los útiles necesarios para cuidarlos: Bridas, estribos, sillas de cuero…La familia de Lisa poseía dos hermosos animales. Una imponente yegua baya, llamada Luna que era de ella y un enorme caballo alazán negro como el carbón llamado Diablo que pertenecía a su padre.
 Los dos caballos convivían con otros animales que eran muy importantes para el mantenimiento de una parte del negocio familiar. Las gallinas. Los huevos de la granja del famoso John de Green Hill eran conocidos por todo Tennessee, por su tamaño excesivo y por su calidad. Había varias docenas de gallinas pululando alrededor de las patas de los caballos. Cada vez que una se acercaba demasiado y picoteaba donde no debía, se llevaba una buena coz.
-Así se mantiene la paz en la república independiente de la granja- Pensó Lisa acordándose de un anuncio que había escuchado esa mañana por la radio.
Su padre estaba agachado colocándoles unos vendajes en las patas a los caballos. Unas largas heridas se prolongaban por las patas de Luna, la yegua blanca.
-¿qué le ha pasado?-preguntó Lisa.
John levantó la cabeza un momento de su trabajo y palmeó suavemente las vendas de la yegua.
-Ayer por la noche escapó- dijo – debió de cortarse con alguna planta. La encontré aquí sangrando esta mañana. No parece muy grave pero tendrá que recuperarse durante un par de días.
-¿No pudo ser ningún animal?-Preguntó Lisa mirando hacia las extensas colinas que se fundían con el horizonte. –Por allí puede haber lobos o quizás alguna serpiente ¿no?-preguntó.
-No creo que fuese una serpiente puesto que no tiene veneno en las heridas, pero a lo mejor tienes razón con lo del lobo.-pensó mientras se rascaba la barbilla.- Pudo cercarse demasiado al bosque y atacarle alguno…
-Bueno. Lo importante es que esté bien- dijo ella mientras se acercaba y acariciaba el lomo de su fiel animal.-
-Sí, tienes razón-concluyó John-anda sube arriba y ordena un poco la última planta, que está algo desordenada. No subes allí desde que mamá…bueno ya sabes, desde hace tiempo.-Dijo suspirando.
Lisa asintió  levemente y se dirigió con paso vacilante, para no pisar ningún charco, hacia la pequeña escalera de madera, fija a la columna central que sujetaba todas las vigas de madera que mantenían el techo de la planta baja.
En la primera plante estaban los animales, puesto que ellos no podían subir las escaleras. En la segunda se almacenaban materiales y una gran montaña de balas de paja amarillenta se almacenaba en más de la mitad de la primera planta.
Lisa esquivó dos o tres herramientas y volvió a subir por la escalera de caracol que llevaba a la última planta.
Allí no había rastro de pienso, ni de paja. Del techo colgaban unos coloridos  farolillos de papel lila y azul. Unos amplios velos de color verde, cubrían las ventanas acristaladas con vidrio de colores.
 La pared oeste estaba compuesta totalmente por una gran ventana de cristal. Desde allí había presenciado cientos de veces el atardecer junto a su madre.
Junto a los farolillos del techo colgaban pequeños móviles de campanitas que sonaban cuando el viento entraba por una de las ventanas de colores. Aquellas ventanas eran una de las cosas preferidas de Lisa. Su padre había conseguido unir decenas de trocitos de vidrio coloreado de la vieja iglesia del pueblo y los había colocado en las altas ventanas de su establo. Así cada vez que daba el sol por alguna ventana esta daba una luz de colores en cada momento del día diferente. Por la mañana los colores naranja y amarillo alumbraban cálidamente toda la estancia. Al medio día los verdosos y amarillos convertían la última planta en un hermoso jardín verde. Al atardecer todo se volvía azulado y con tonos lilas y rosados, y finalmente, al ponerse el sol, la luz entraba por el gran ventanal transparente, para que fuesen los colores del sol los que tiñeran el ambiente. En ese momento la luz rojiza indicaba que el sol acababa de salir.
 Las oscuras vigas del techo estaban tapadas por grandes enredaderas que trepaban por una de las paredes interiores, ellas le daban al establo  el aspecto de una selva. Finalmente, una enorme jaula dorada llena de pajaritos de colores que cantaban suavemente, remataba una luminosa esquina de la amplia planta del establo.
Lisa avanzó lentamente y comenzó a limpiar toda aquella planta. Pequeñas hojas secas de la enredadera ensuciaban el suelo y también tendría que limpiar la jaula de los pájaros y el gran ventanal.
Cogió todo lo que necesitaba de un pequeño armario y puso su CD de música favorita en una pequeña mini-cadena que estaba sobre una cómoda de madera, a la derecha del ventanal lila.
Las notas de la melodía inundaron la habitación poco a poco y bailando lentamente al son de la música dejó todo aquello brillante como si no hubiera pasado el tiempo. En ese momento, las luces verdosas sustituían a las rojas, lo que indicaba el la llegada del medio día, y sobre todo, del almuerzo.
Apagó la música rápidamente y guardó todos los útiles de limpieza en el armario pero justo cuando se dirigía hacia la escalera de caracol reparó en un alto rulo de tela apoyado junto al ventanal rojizo de la mañana. Se acercó con curiosidad y lo extendió con cuidado por el suelo.
Era una enorme alfombra con diseños de colores. Muy parecidos a los de las ventanas. La alfombra ocupaba totalmente el suelo de madera, pero como  lisa le gustaba la dejó ahí extendida puesto que así, podría andar descalza por allí sin riesgo alguno de clavarse una astilla.
Se colocó al borde de la escalare y con un suspiro de aprobación pasó la mirada por encima a toda la planta. Las ventanas, brillaban tras haberles quitado el polvo, la enredadera comenzaba a dar unas bonitas flores blancas que perfumaban la habitación, la jaula de los pájaros estaba totalmente limpia, los enormes velos de colores estaban perfectamente sujetos alrededor de las ventanas entre los farolillos y las campanillas plateadas, y aquella bonita alfombre recientemente descubierta cubría todo el suelo dándole color a la habitación.
-Perfecto-dijo satisfecha. Y con alegría bajó las escaleras pensando en qué iba a preparar para comer.