viernes, 15 de abril de 2011

Capitulo 2 parte B

La cocina era uno de los lugares preferidos de Lisa. Era una amplia sala de armarios de colores y bordeada por una encimera en forma de “U” que recorría todo el perímetro de la sala. En el centro, había una enorme mesa de madera cubierta por un pintoresco mantel de flores rojas y verdes.  Entre la puerta y el comienzo de la gran encimera, había un enorme frigorífico de dos puertas en el que se almacenaban kilos y kilos de comida. Lisa se dirigió a él a toda prisa y con un pequeño titubeo sacó todos los ingredientes básicos para preparar cualquier comida.
-Queso, pollo, tomate...-enumeró con los dedos mientras colocaba todos los ingredientes sobre la encimera.
-Lisa, ¿qué vamos a comer hoy?- preguntó la voz de su padre desde afuera.
-No sé...-dudó. Y en voz de grito preguntó- ¿qué te apetece comer?
-Algo mejicano- eligió su padre decidido.
Lisa dejó escapar una sonrisa. Si no fuese por ella, su padre viviría toda su vida a base de comida mejicana, pizza y hamburguesas. Era ella la que había introducido la comida sana en aquella casa. Pero por ese día, iba a darle el gusto a su padre de cumplir su deseo.
Encendió el horno y justo en el momento en el que iba a empezar a freir el pollo para hacer quesadillas, la voz de su padre resonó otra vez desde afuera.
-Oye Liss...-empezó mientras se acercaba a la puerta de la cocina limpiándose las manos con un viejo trapo – Supongo en que estarás de acuerdo en que hemos de renovar la parte baja del establo...
-Si- respondió ella mientras cogía un enorme cuchillo para cortar en rodajas muy finas el pollo ya frito.
-Entre las cosas que hay que renovar, están las sillas de los caballos...-continuó el padre
-Claro- volvió a afirmar con la cabeza muy concentrada en su tarea- pero para ello tendrás que encargarlas en el pueblo, para que las traigan ¿no?-preguntó razonando
-Si -respondió John-ya lo he hecho. Las sillas llegarán en un momento.
-Qué bien...-exclamó Lisa con una sonrisa- me alegraré de volver a ver al viejo Andrew. Hace tiempo que no viene por aquí.
El viejo Andrew era uno de los mejores artesanos del cuero que vivían en el pueblo. Era capaz de construir sillas de montar, pero también te podía arreglar unas botas de montar a caballo. Como era un hombre ya mayor, era conocido por todo el condado por sus inmejorables cualidades manuales  y aparte era muy querido por sus amables actos de benevolencia al pagarle (si veía que estabas en un aprieto económico, te rebajaba el precio hasta tus posibilidades). Era un hombre alto y fornido a causa de cargar sacos y tenía el pelo negro y corto, casi rapado. Bajo dos pobladas cejas casi unidas, observaban minuciosamente su trabajo unos ojillos negros y pequeños como dos esquirlas de carbón.                                                            
-Claro Lisa...-comenzó él como si tuviese que decirle algo dificil a su hija- El problema es que Andrew ya no se encuentra lo bastante en forma como para traer dos enormes sillas de montar.
-¿entonces qué va a hacer?-preguntó ella cortando ahora el tomate y la lechuga.
-Las traerá Charles, su hijo. Parecía muy interesado en venir... ¡Lisa!
Un enorme chorreón de sangre se derramó por toda la encimera. Al escuchar el nombre del chico, Lisa había olvidado que estaba cortando y su dedo índice de la mano izquierda se había colado bajo la afilada hoja del cuchillo.
-¡¿Has dicho Charles?! - preguntó Lisa furiosa, ignorando el corte de su dedo     -¿cómo lo has podido permitido?
Charles era el hijo de Andrew. Era un chico alto, fuerte y campeón de baloncesto de su promoción. Cuando aún iban al instituto, Charles pasó dos cursos enteros enamorado totalmente de ella. Al terminar el instituto cada uno había tomado su camino y él había partido hacia Los Ángeles para seguir estudiando. Ella creía que pasado todo aquel tiempo, el joven se habría olvidado de ella y no se vería obligada a darle calabazas una y otra vez como en el pasado. Pero al parecer, había vuelto y se había unido momentáneamente al negocio familiar. En ese momento, la idea de marcharse a Miami le comenzó a parecer tremendamente atractiva. Solo quedaban dos días para dejar definitivamente de ver a Charles. En ese momento, como si el timbre de la entrada se hubiese sincronizado con sus pensamientos, un sonido indicó la llegada de las sillas de montar...y de su portador.
-Papá, ve tú -empezó ella. En ese momento reparó en el corte de su dedo y decidió ir a lavarse lentamente, para demorar aquel encuentro lo máximo posible. Las quesadillas habían pasado a segundo plano.
Con un suspiro metió el dedo debajo del grifo del agua hasta que aquel manantial rojizo terminase y luego con cuidado envolvió el corte, que ahora era simplemente una pequeña línea rosada en su mano, en una servilleta blanca con estampados azules.  Recogió el cuchillo manchado y lo tiró al fregadero con cuidado para no volver a cortarse. Apartó el tomate, el pollo y la lechuga para que no se manchasen y con infinita paciencia los metió uno a uno en la torta de maíz ya cocinada que había comprado en el pueblo.

viernes, 1 de abril de 2011

Andén 31 capitulo 2 parte a

CAPITULO 2
Todo seguía igual aquella mañana por las praderas de Green Hill. Lisa caminaba por los embarrados caminos hacia el establo en el que se encontraba su padre trabajando, tal y como ella había supuesto.
El establo era una enorme construcción de madera adosada a la parte derecha de la casa. Tenía tres plantas, a las que se accedían por medio de unas pequeñas escalerillas de madera clara. Cada planta tenía una función. Su padre se había encargado de organizarlo todo de manera en que cada cosa tuviese un lugar propio, sin que molestase a las herramientas animales…
Abajo, se encontraban las cuadras de los caballos, con todos los útiles necesarios para cuidarlos: Bridas, estribos, sillas de cuero…La familia de Lisa poseía dos hermosos animales. Una imponente yegua baya, llamada Luna que era de ella y un enorme caballo alazán negro como el carbón llamado Diablo que pertenecía a su padre.
 Los dos caballos convivían con otros animales que eran muy importantes para el mantenimiento de una parte del negocio familiar. Las gallinas. Los huevos de la granja del famoso John de Green Hill eran conocidos por todo Tennessee, por su tamaño excesivo y por su calidad. Había varias docenas de gallinas pululando alrededor de las patas de los caballos. Cada vez que una se acercaba demasiado y picoteaba donde no debía, se llevaba una buena coz.
-Así se mantiene la paz en la república independiente de la granja- Pensó Lisa acordándose de un anuncio que había escuchado esa mañana por la radio.
Su padre estaba agachado colocándoles unos vendajes en las patas a los caballos. Unas largas heridas se prolongaban por las patas de Luna, la yegua blanca.
-¿qué le ha pasado?-preguntó Lisa.
John levantó la cabeza un momento de su trabajo y palmeó suavemente las vendas de la yegua.
-Ayer por la noche escapó- dijo – debió de cortarse con alguna planta. La encontré aquí sangrando esta mañana. No parece muy grave pero tendrá que recuperarse durante un par de días.
-¿No pudo ser ningún animal?-Preguntó Lisa mirando hacia las extensas colinas que se fundían con el horizonte. –Por allí puede haber lobos o quizás alguna serpiente ¿no?-preguntó.
-No creo que fuese una serpiente puesto que no tiene veneno en las heridas, pero a lo mejor tienes razón con lo del lobo.-pensó mientras se rascaba la barbilla.- Pudo cercarse demasiado al bosque y atacarle alguno…
-Bueno. Lo importante es que esté bien- dijo ella mientras se acercaba y acariciaba el lomo de su fiel animal.-
-Sí, tienes razón-concluyó John-anda sube arriba y ordena un poco la última planta, que está algo desordenada. No subes allí desde que mamá…bueno ya sabes, desde hace tiempo.-Dijo suspirando.
Lisa asintió  levemente y se dirigió con paso vacilante, para no pisar ningún charco, hacia la pequeña escalera de madera, fija a la columna central que sujetaba todas las vigas de madera que mantenían el techo de la planta baja.
En la primera plante estaban los animales, puesto que ellos no podían subir las escaleras. En la segunda se almacenaban materiales y una gran montaña de balas de paja amarillenta se almacenaba en más de la mitad de la primera planta.
Lisa esquivó dos o tres herramientas y volvió a subir por la escalera de caracol que llevaba a la última planta.
Allí no había rastro de pienso, ni de paja. Del techo colgaban unos coloridos  farolillos de papel lila y azul. Unos amplios velos de color verde, cubrían las ventanas acristaladas con vidrio de colores.
 La pared oeste estaba compuesta totalmente por una gran ventana de cristal. Desde allí había presenciado cientos de veces el atardecer junto a su madre.
Junto a los farolillos del techo colgaban pequeños móviles de campanitas que sonaban cuando el viento entraba por una de las ventanas de colores. Aquellas ventanas eran una de las cosas preferidas de Lisa. Su padre había conseguido unir decenas de trocitos de vidrio coloreado de la vieja iglesia del pueblo y los había colocado en las altas ventanas de su establo. Así cada vez que daba el sol por alguna ventana esta daba una luz de colores en cada momento del día diferente. Por la mañana los colores naranja y amarillo alumbraban cálidamente toda la estancia. Al medio día los verdosos y amarillos convertían la última planta en un hermoso jardín verde. Al atardecer todo se volvía azulado y con tonos lilas y rosados, y finalmente, al ponerse el sol, la luz entraba por el gran ventanal transparente, para que fuesen los colores del sol los que tiñeran el ambiente. En ese momento la luz rojiza indicaba que el sol acababa de salir.
 Las oscuras vigas del techo estaban tapadas por grandes enredaderas que trepaban por una de las paredes interiores, ellas le daban al establo  el aspecto de una selva. Finalmente, una enorme jaula dorada llena de pajaritos de colores que cantaban suavemente, remataba una luminosa esquina de la amplia planta del establo.
Lisa avanzó lentamente y comenzó a limpiar toda aquella planta. Pequeñas hojas secas de la enredadera ensuciaban el suelo y también tendría que limpiar la jaula de los pájaros y el gran ventanal.
Cogió todo lo que necesitaba de un pequeño armario y puso su CD de música favorita en una pequeña mini-cadena que estaba sobre una cómoda de madera, a la derecha del ventanal lila.
Las notas de la melodía inundaron la habitación poco a poco y bailando lentamente al son de la música dejó todo aquello brillante como si no hubiera pasado el tiempo. En ese momento, las luces verdosas sustituían a las rojas, lo que indicaba el la llegada del medio día, y sobre todo, del almuerzo.
Apagó la música rápidamente y guardó todos los útiles de limpieza en el armario pero justo cuando se dirigía hacia la escalera de caracol reparó en un alto rulo de tela apoyado junto al ventanal rojizo de la mañana. Se acercó con curiosidad y lo extendió con cuidado por el suelo.
Era una enorme alfombra con diseños de colores. Muy parecidos a los de las ventanas. La alfombra ocupaba totalmente el suelo de madera, pero como  lisa le gustaba la dejó ahí extendida puesto que así, podría andar descalza por allí sin riesgo alguno de clavarse una astilla.
Se colocó al borde de la escalare y con un suspiro de aprobación pasó la mirada por encima a toda la planta. Las ventanas, brillaban tras haberles quitado el polvo, la enredadera comenzaba a dar unas bonitas flores blancas que perfumaban la habitación, la jaula de los pájaros estaba totalmente limpia, los enormes velos de colores estaban perfectamente sujetos alrededor de las ventanas entre los farolillos y las campanillas plateadas, y aquella bonita alfombre recientemente descubierta cubría todo el suelo dándole color a la habitación.
-Perfecto-dijo satisfecha. Y con alegría bajó las escaleras pensando en qué iba a preparar para comer.

jueves, 31 de marzo de 2011

capitulo 1 parte: b

capitulo 1 b


“WHATEVER HAPPENS, I´LL LEAVE IT ALL TO CHANCE
HEARTACHE, ANOTHER FAILED ROMANCE
ON AND ON, DOES ANYBODY KNOW WHAT WE ARE LIVING FOR?
I GUESS I´M LEARNING
I MUST BE WARMER NOW
I´LL SOON BE TURNING
ROUND THE CORNER NOW
OUTSIDE THE DAWN IS BREAKING
BUT INSIDE IN THE DARK I´M ACHING TO BE FREE
THE SHOW MUST GO ON
THE SHOW MUST GO ON “
Las notas de la canción  fueron fluyendo poco a poco a través de los recovecos de la mente dormida de Lisa. Al principio le parecían sonidos confusos, pero a medida que ella se despertaba, la música comenzaba a tomar forma. Era un tema antiguo pero ella lo conocía, antes no le había prestado mucha atención, pero ahora la letra le resultaba dolorosamente familiar
 CUALQUIER COSA QUE PASE, LO DEJARÉ AL DESTINO
OTRO DOLOR DE CABEZA, OTRO ROMANCE FALLIDO
SIGUE Y SIGUE, ¿ALGUIEN SABE PARA QUÉ ESTAMOS VIVIENDO?
CREO QUE ESTOY APRENDIENDO
DEBO SER MÁS CÁLIDO AHORA
PRONTO TORCERÉ
LA ESQUINA, AHORA
AFUERA EL AMANECER SE ESTÁ DESHACIENDO
PERO EN LA OSCURIDAD DEL INTERIOR, SUFRO PARA SER LIBRE
EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR
EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR

Estiró los brazos para terminar de despejarse pero no se levantó de la cama. Entornó los ojos y se concentró en la música que su radio-despertador escupía con velocidad. Cada frase que sonaba, se le clavaba en lo más profundo del corazón. “The show must go on” repitió para sí misma. El espectáculo debe continuar.  El último acorde se quedó flotando sobre ella sumiéndola en el pasado.
En seguida la emisora de radio comenzó a emitir otra canción que le pareció horrorosa, en comparación con aquella que la había hecho volar lejos. Volar junto a su madre. Pero eso era imposible, ya que no la volvería a ver en su vida. Jamás.
Apagó la radio sumergida en sus recuerdos mientras intentaba alisar la cascada de pelo color caoba que le caía por la espalda, algo revuelto a causa de sus agitados sueños. Se levantó lentamente de la cama para terminar de aclarar sus pensamientos. Fue al baño y se miró al espejo. Un rostro de piel dorada a causa del sol, y unos oscuros ojos negros le devolvieron la mirada. Se quitó la arrugada camiseta de tirantes que usaba a modo de pijama y la tiró lejos, con desgana, hacia la enorme pila de ropa que se acumulaba delante de su armario. En su lugar se puso una ajustada camiseta color azul cielo. Se ciñó unos vaqueros desgastados y con resignación abandonó la desordenada habitación. Bajó las destartaladas escaleras de madera vieja mientras trataba de esquivar los pequeños grupos de astillas que se acumulaban en algunos escalones. Sonrió para sí misma, ya que su madre había tratado de lijar aquellas maderas tan desiguales cuando se mudó a vivir  allí, a la antigua casa de campo de su marido, y como no era una experta precisamente en la carpintería obtuvo como resultado unos escalones lleno de pequeñas trampas para los pies descalzos de los ingenuos que subían a toda prisa la escalera. Llegó al salón y lo encontró vacío, aunque no le sorprendió en absoluto no ver a su padre por allí, puesto que la vida en los campos de Green Hill no era para nada descansada. Su padre estaría en los establos cepillando a sus dos caballos o dándole de comer a las gallinas, o incluso cultivando alguna nueva planta en las praderas cercanas a su casa. Nadie conocía aquellas extensas praderas tan bien como su padre. Él se había criado allí por lo que conocía cada atajo entre las pequeñas colinas rocosas, cada cultivo de los enormes terrenos naturales que los rodeaba, cada tipo de flor que perfumaba el ambiente, su ambiente.
Cogió un pequeño cuenco de un armarito con puertas de cristal, lo llenó de cereales y leche y comió lenta y pausadamente, masticando cada cucharada. No tenía prisas por salir y embarrarse entre los establos. Aquel era su último fin de semana de vacaciones y no iba a desperdiciarlo. El lunes comenzaría su nuevo trabajo como contable en uno de los bancos más importantes del país, el impresionante Connor National Bank.  Se había graduado un año antes gracias a su asombrosa inteligencia. Era una chica muy perspicaz y curiosa. Había terminado sus estudios obligatorios en apenas dos años, y se había licenciado en la universidad de economía de la ciudad en otros dos. Ahora sus compañeras de instituto debían de estar preparándose los exámenes de la universidad.  Y ella estaba a punto de empezar su primer trabajo. Le habían dicho que su nueva oficina se encontraba en Miami y como estaba lejos de su casa era necesario coger un tren, aún así el viaje era de varias horas. Por ese motivo había estado a punto de rechazar tan buena oferta. No se había planteado volver a la Estación de Unión de Saint Louis, que tan malos recuerdos le traía. Pero prefería no pensaren ello. Su vida debía seguir su curso. No podía quedarse atascada en el pasado junto a la imagen de su madre. No podía abandonar a su padre, ni a su nuevo trabajo. Todo debía seguir  tal y como estaba porque de nada servía anclarse.                                          “No puedo hacerle eso a mi familia” pensó mordiéndose el labio inferior “Por ellos debo de seguir, aunque todavía duela el recordar a mamá” se animó un poco,” por ellos.” “The show must go on”  recordó.
-sí….-susurró- ..........el espectáculo debe continuar.

martes, 29 de marzo de 2011

Andén 31 capitulo 1 parte a


CAPITULO 1    PARTE:  A
Un grito rasgó el silencio nocturno  que se cernía sobre una granja situada a las afueras de Green Hill.
John se levantó a toda prisa del sillón en el que se había quedado dormido mientras veía un partido de beisbol comiendo pizza. Sin ponerse las zapatillas subió las escaleras de madera hasta llegar a la habitación de su hija que se removía en pesadillas. Su largo pelo marrón rojizo se esparcía en cascada por la almohada y su rostro se crispaba en una mueca de horror y de desesperación. Su frente estaba perlada de gotas de sudor y sus manos estaban apretadas con tanta fuerza que casi se quedan si circulación
John lo tenía ya asumido. Su hija solía debatirse en pesadillas desde que su madre había muerto hace dos meses. Tuvo que ser algo horroroso para ella presenciar como su madre caía a la vía del tren y era arrollada por este. Estuvo en estado de shock durante medio mes y casi ni comía ni hablaba…y por las noches las pesadillas se cernían sobre ella como oscuras sombras del pasado.
-Cariño, despierta - le susurró al oído con ternura – solo es una pesadilla.
La chica se removió aún en sueños. John lo intentó de nuevo.
-Lisa, ya está - le dijo algo más fuerte – Estoy aquí contigo – le susurró no sin cierta pena.
En ese momento Lisa abrió los ojos. Y la mirada que le lanzó a su padre hizo que este se estremeciese de pura pena. Aquellos hermosos ojos oscuros reflejaban una profunda tristeza. Un vacio oscuro que él sabía perfectamente que por mucho que lo intentase no iba a conseguir llenar.
-He vuelto a soñar con mamá- dijo ella con voz ronca
-Tranquila – la intentó consolar- ya pasó todo, yo estoy aquí.
Cualquier persona creería que aquel comportamiento no era propio de una chica de su edad. A sus veintiún años debía de haber pasado la época de las pesadillas. Cualquier persona ajena a aquella familia pensaría que era un claro acto de inmadurez el levantarse por la noche sacudida por malos sueños.
Pero muy pocos conocían el grave impacto que había provocado en la chica el presenciar la muerte de su madre. Una de aquellas personas era John. Para él también había sido muy duro afrontar la muerte de su mujer, con la que había estado casado durante veinticinco años. Pero no se podía imaginar el oscuro dolor que recorría el corazón herido de Lisa.
-No consigo olvidar aquel momento- le susurró Lisa aún temblando, ajena al torbellino de emociones que recorrían el alma de su padre.
-No pienses más en ello- dijo él
-No puedo olvidar…-volvió a murmurar entre sollozos
-Tranquila - dijo mientras la abrazaba
-No puedo…-dijo
John apoyó la espalda en el cabecero de la cama de su hija. En su regazo descansaba la cabeza de ella, con la mirada perdida entre las oscuras vigas de madera del techo. Acariciaba rítmicamente el rostro de su hija mientras tarareaba una antigua canción que había aprendido de su abuela cuando él era niño.
Las lágrimas de la joven se derramaron como una cascada salada por sus mejillas. Poco a poco sus ojos se fueron cerrando hasta sumirse de nuevo en un nuevo sueño sin horrores. Un sueño en el que las canciones de su padre funcionaban contra las pesadillas.
John no se dio cuenta de ello hasta que no orientó su rostro hacia la chica. Pasó su dedo suavemente por la pequeña línea rosada en forma de media luna que marcaba la sien derecha de Lisa. Una reciente cicatriz que le recordaría de por vida a la chica el momento de la muerte de su madre.
John alzó la mirada mientras parpadeaba varias veces para contener las lágrimas. Miro a su alrededor y descubrió los marcos de fotos de las estanterías de su hija. En algunas aparecía ella sola, en otras con sus amigos incluso había algunas en las que su propio rostro le devolvía la mirada.
Pero en ninguna foto, en ningún marco se encontraba la foto de su mujer. Al parecer, Lisa había guardado todas las fotos con excesivo cuidado para no perderlas de vista ni un solo instante. El mero hecho de que la presencia de su madre la abandonara debía aterrar de tal modo a la chica que había provocado tal reacción con respecto a sus recuerdos.
Dirigió su mirada hacia la ventana en la que se observaba un pequeño trozo de cielo cuajado de estrellas. La luna lo observaba ajena a su vida.
-Te has marchado demasiado pronto…-susurró- demasiado pronto…
Y con un leve suspiro se levantó y se dirigió a su cuarto sumido en sus pensamientos.

lunes, 28 de marzo de 2011

Andén 31 prólogo

                PROLOGO
Una intensa luz se cercaba a las  dos personas que esperaban tranquilamente la llegada del tren. Pero yo sabía lo que iba a ocurrir, porque lo había visto tantas veces…Un sonoro pitido rompió el silencio que nos rodeaba. Estábamos solas y no había nadie cerca. Nadie que pudiese escuchar mis desesperados gritos de socorro que inútilmente tratarían de salvar a la herida.
Me sentía impotente. Como si un gran titiritero manejase nuestras vidas. Como si estuviésemos amarradas por los brazos y piernas. Como si tuviésemos que hacer obligatoriamente la misma atroz representación del pasado. Nosotras dos éramos las protagonistas, aunque todavía faltaba un tercer actor, el definitivo.
La escena ocurrió como yo había predicho. Un hombre que llevaba una oscura cazadora de cuero negra se acercaba corriendo por los límites entre la vía y el andén. Cubría su rostro con una media negra y en sus sucias manos llevaba un bolso. Detrás de este individuo, unos guardias lo perseguían con sendas porras en sus manos.
Pero yo sabía que no conseguirían atraparlo. Presencié la escena apenada, con lágrimas en los ojos.
El encapuchado se dirigía hacia nosotras y le taponábamos la única vía de escape posible. A mí me dio tiempo de apartarme del camino del hombre, aún así, mi cabeza chocó fuertemente contra una columna. Pero a la mujer que me acompañaba no le dio tiempo. Como tantas otras veces, el encapuchado empujó violentamente a la mujer que le obstruía el camino de salida. Esta perdió el equilibrio a causa del gran golpe recibido.
Y ocurrió como lo había hecho tantas veces.
La mujer tropezó y con un grito de horror calló a la vía del tren golpeándose la cabeza. Aquello yo ya lo había vivido, pero mi maldición era volver a presenciarlo una y otra vez.
El tren se acercaba a toda velocidad. Grité con todas mis fuerzas el nombre de mi acompañante pero yo sabía que eso no arreglaría las cosas. No veía nada a causa del velo de lágrimas que cubría mis ojos. Pero no hacía falta que lo viese. Sabía lo que iba a ocurrir delante de mí. Escuché al tren frenar, pero estaba demasiado cerca y no tenía suficientes metros de vía para poder parar.
Los vagones se apretujaron unos contra otros a causa del brusco descenso de velocidad. Pero no fue suficiente.
Observé, una vez más, atónita como el tren pasaba por encima de la mujer de la vía. Que con un grito de pánico, sentenció su muerte.
Volví a gritar su nombre pero en seguida noté que la vida había abandonado aquél cuerpo desmadejado y roto como una muñeca vieja. La sangre se esparcía como un manto carmesí sobre el tosco asfalto en el que se sostenían los raíles del tren.
Solo pude susurrar otra vez su nombre. En un inútil intento de correr hacia ella.
Los siguientes momentos pasaron ante mí de forma distorsionada y solo recuerdo detalles puntuales. Recuerdo a varias personas intentando apartarme del mutilado cadáver que descansaba sobre las vías del tren.
Recuerdo  un agudo dolor en la sien derecha, un espeso riachuelo rojo que caía por mi frente hasta perderse por mi cuello. Pero a mí nada me importaba ya.
Llegó una ambulancia y me subieron a ella mientras trataban de detener la hemorragia que fluía de mi cabeza. Parecía que el golpe era más grave de lo que yo creía.
Unas enfermeras se acercaron a mí a toda velocidad y me rodearon la cabeza con unas vendas blancas, que en seguida se empaparon de la sangre que mi cuerpo expulsaba.
Después de eso solo recuerdo que me hundía en la oscuridad…La luz se alejaba de mí. Y al final solo reconocía a una persona, la misma persona a la que el tren había atropellado.
-mamá…-pude susurrar
En ese momento mi cabeza no lo soportó más, y me desmayé.